Editorial
En las páginas del Evangelio, se nos presentan varios personajes como buenos ejemplos de acción para alcanzar espacios más felices en nuestras vidas. Sin embargo, debido a nuestra crueldad en los análisis, en lugar de centrarnos en el aprendizaje propuesto, nos convertimos en jueces implacables que señalan con el dedo los errores ajenos, como si no fuéramos capaces de cometerlos.
Judas es un ejemplo de esta discrepancia en nosotros. Al considerarlo un traidor, no apreciamos nuestra fidelidad a la propuesta amorosa del Evangelio. Este amor “cubre multitud de pecados”; que comprende al otro y sus etapas de aprendizaje; que hace al hombre acogedor y le permite ser un instrumento de paz y sanación en el mundo; que nos hará vivir, en el futuro, la primera propuesta de Jesús: amar a tu prójimo como yo te he amado, sabiendo que nuestro prójimo, aún imperfecto, requerirá de nosotros la comprensión y el amor puro que dotan a los Espíritus más comprometidos con el bien.
Cuando el verdadero amor conmueva nuestros corazones, nuestras aflicciones se extinguirán, nuestros reajustes terminarán y nuestra vida se volverá más plena.
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