La obsesión por el consumo

José Fernando


«La vida es una oscilación constante entre el deseo de tener y el aburrimiento de poseer».
Arthur Schopenhauer

La Sra. Maria*, con su frecuente jovialidad y su amable sonrisa, entraba todas las semanas, durante décadas, por las puertas de una respetable institución espiritista, puntualmente a la hora fijada para las reuniones del departamento de asistencia y promoción social. Iba impecablemente vestida con la ropa que había comprado en el bazar de la organización. Siempre perfumada y con accesorios que hacían juego con su vestido, parecía poseer una elegancia tal vez refinada en tiempos pasados. Su postura erguida y sus gestos sobrios y elegantes suscitaban comentarios, y algunos incluso llegaron a decir que debía de ser una dama de la nobleza europea, reencarnada ahora en la personalidad actual de una sencilla ama de casa que vivía en un barrio humilde de las afueras de la ciudad.

Solía recibir paquetes de comida y participar en rifas organizadas por la organización benéfica con jubilosos agradecimientos y elogios a los donantes, sin rechazar nunca ningún regalo. Pasó el tiempo y la Sra. María, a sus casi ochenta años, se ausentó de sus visitas semanales a su iglesia favorita, causando una temerosa preocupación entre todos los que la conocían. No tardó en llegar la desgraciada noticia de su desaparición. Algún tiempo después, sus vecinos y parientes lejanos la encontraron sin vida, tendida en la planta baja de su sencilla vivienda. Ante la conmovedora sorpresa de todos, su cuerpo estaba doblado, tendido sobre la estrecha superficie del suelo, ya que no había espacio libre en la pequeña casa, que estaba completamente atestada de objetos y cosas que había acumulado a lo largo de su vida. Entre los harapos, objetos obsoletos y restos de comida, destacaban muchos de los regalos, obsequios y utensilios personales que había ganado en los sorteos de la organización espiritista a la que pertenecía.

Con su singular historia de vida, Doña María despertó nuestra curiosidad para reflexionar sobre un comportamiento humano desconocido para los de «antaño», pero que, sin embargo, es cada vez más frecuente en los frenéticos tiempos de consumo actuales. La desencarnación de nuestra hermana, siempre querida por todos, causó gran conmoción en nuestro medio espírita. Víctima fatal del consumismo exagerado de la sociedad contemporánea, ¿cómo entender que alguien con escasos recursos económicos y sin acceso a los bienes de consumo modernos desarrolle ese impulso incontrolable de acumular sin límites?

Benjamin R. Barber (1939/2017), profesor emérito de Ciencias Políticas en la Universidad de Nueva York, muy conocido por su best-seller Jihad vs. McWorld, (1) tiene una interesante reflexión, quizás un poco pesimista, pero de cuidada lógica, sobre este fenómeno arrollador presente en nuestro mundo consumista globalizado. En su particular interpretación, la inmensa desigualdad social que afecta a casi todos los países ha dividido al mundo en dos clases de compradores de bienes de consumo: los pobres de los países en desarrollo, que tienen más necesidades materiales pero no pueden satisfacerlas; y los ricos del primer mundo, adinerados, pero sin tener con que gastar.

Ante este callejón sin salida, ¿qué han hecho los vendedores? En opinión de Benjamin Barber, el capitalismo moderno ya no se basa en la producción de bienes, sino en la creación y estimulación de «pseudonecesidades» para un consumo frenético. Como los pobres son incapaces de consumir con frecuencia, la solución es invertir en el 60% de los consumidores potenciales: los adultos de los países desarrollados, que necesariamente serán imitados por los pobres que se sacrificarán para seguirles el ritmo, incluso con elevadas deudas y dificultades extremas.

Siguiendo con este razonamiento, la conclusión a la que llegaron los mercadólogos, según Barber, fue inducir a estos consumidores potenciales -los ricos- a asumir un «ethos infantilista», haciéndoles seguir siendo infantiles e impetuosos en sus hábitos y gustos, reflejo de los jóvenes indolentes y prósperos que fascinan a los hedonistas de mediana edad, nostálgicos de tiempos de alta virilidad y placer desenfrenado.

En su aclamado libro “Consumido”, el autor ofrece innumerables ejemplos de comportamientos disociados del grupo de edad del usuario, refiriéndose a la generación del baby boom de la posguerra, aquellos que vivieron el apogeo de su juventud en los años 60, 70 y principios de los 80. Reflexiona sobre las convenciones sociales de la actualidad, enumerando algunas de ellas: la cirugía plástica y las inyecciones de botox, que prometen la fuente de la juventud a las mujeres de esa generación; los fármacos para el rendimiento sexual, como Levitra, Cialise y Viagra (cuyas ventas superan los mil millones de dólares al año sólo en Norteamérica), como artículos de consumo para hombres sexagenarios, igualmente insatisfechos, que intentan pasar de contrabando su atávica juventud a la edad de la seguridad social.

Se ven hombres de negocios con gorras de béisbol, vaqueros y camisetas holgadas, imitando la estudiada negligencia de sus hijos en edad de crecimiento. Además de la cultura pop, el «ethos infantilista» domina también los juicios dogmáticos, basados en comportamientos radicales carentes de sentido y coherencia. En política y religión, las complejidades matizadas de la moral adulta se cambian por las marcas de la infancia perpetua impresas en los adultos que se entregan a la puerilidad sin placer y a la indolencia sin inocencia.

Barber concluye:

De ahí la atracción del nuevo consumidor por la edad sin dignidad, la ropa sin formalidad, el sexo sin reproducción, el trabajo sin disciplina, el juego sin espontaneidad, la adquisición sin propósito, la certeza sin duda, la vida sin responsabilidad y el narcisismo hasta la vejez e incluso la muerte, sin rastro de sabiduría o humildad.

Allan Kardec, en su proverbial sabiduría, preguntó a sus iluminados mentores por la finalidad de que Dios añadiera encantos al disfrute de los bienes materiales. Le respondieron que era «para instigar al hombre a cumplir su misión y ponerlo a prueba mediante la tentación». (2) Pero entonces, ¿cuál sería el propósito de exponer al hombre a tantas tentaciones que agudizan sus sentidos, haciéndole caer moralmente y sufrir dolorosamente? Una vez más, la sabiduría de la respuesta del numen tutelar nos fascina para estudiar con frecuencia el Libro de los Espíritus, cuando responden a Kardec con frases concisas, sencillas y profundas. La finalidad de las tentaciones sufridas por el hombre es «desarrollar su razón, que debe preservarlo de los excesos».

¿Y cómo entender la situación de nuestra desdichada Doña María que, aún sin las condiciones mínimas para el auto sustento, desarrolló a lo largo de su vida un comportamiento compulsivo de acumulación de objetos simples, baratos y sin novedades tecnológicas? La psicología moderna recomienda la terapia cognitivo-conductual con la ayuda de antidepresivos específicos que pueden dar buenos resultados, pero sin llegar claramente a la causa, al origen del trastorno.

Como nuestro campo de estudio y trabajo es la Doctrina de los Espíritus, podemos hipotetizar que se trata de una influencia espiritual negativa persistente o de un fenómeno psíquico, tal vez la hipótesis más adecuada para este caso. En su nueva persona, «Doña María», este espíritu viajero en el tiempo ha impreso en sí mismo un fuerte y obstinado deseo de experimentar el consumo material, del que tuvo abundancia en el pasado. Sin embargo, en la presente reencarnación, totalmente incapaz de hacerlo, actuó de forma descontrolada, acumulando objetos y cosas simples, casi sin valor pecuniario, en un deseo de compensación psicológica, totalmente fuera de contacto con su realidad de consumidora de muy bajos ingresos.

Corroborando este razonamiento, la mentora Joanna de Ângelis nos advierte: “El consumismo es fantasía, una transferencia de lo necesario a lo secundario. Los consumidores que no reflexionan antes de comprar acaban consumidos por las deudas que les atormentan. Muchas personas compran por mecanismos de evasión. Insatisfechos consigo mismos, huyen comprando cosas muertas y perturbándose aún más”. (3)

Hace algún tiempo, los medios de comunicación internacionales publicaron la noticia de que la princesa Charlene Lynette Wittstock, esposa del príncipe Alberto II y princesa consorte del Principado de Mónaco, gastó una fortuna de 355.000 euros (aproximadamente 2,5 millones de reales) en ropa de una sola vez, comprando 140 modelos de alta costura con los que se presentó en ceremonias y viajes por todo el mundo. Podemos imaginar la inmensa incomodidad para la princesa si tuviera que reencarnarse en una situación de extrema pobreza.

Con Kardec, podemos conjeturar, en este caso, cómo la prueba de la riqueza podría reverberar en incomodidad y sufrimiento en las próximas reencarnaciones de la princesa monegasca, cuando Allan Kardec dice: «La fortuna es una prueba más peligrosa que la pobreza, pues es una tentación para el abuso y el exceso, y es más difícil ser moderado que ser resignado.» (4)

Aún mejor es seguir siempre la advertencia milenaria de Cristo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los consumen, y donde los ladrones entran por la fuerza y roban; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los consumen, y donde los ladrones no entran por la fuerza ni roban. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. (5)

(*) Doña María es un nombre ficticio dado a un personaje real.
1 BARBER, Benjamim R. Consumed. Capítulo I: «El capitalismo triunfante y el ethos infantilista». Página 15. Editora Record, 2007.
2 KARDEC, Allan. El Libro de los Espíritus, Edición Histórica, 2016. Tercera Parte, Capítulo V: La Ley de la Conservación. Cuestión 712, página 330.
3. FRANCO, Divaldo, por el Espíritu Joanna de Ângelis. Episodios Cotidianos. Cap. 25.
4. KARDEC, Allan. El Espiritismo en su expresión más simple. Máximas tomadas de la enseñanza de los Espíritus. Partida 53. Publicación original: Le Spiritisme à sa plus simples expression. París, 1862. Traducción de la 7ª edición, 1865, Gallica, por Louis Neilmoris. Versión digitalizada: 2019. Distribución en línea: Portal Luz Espírita.
5 Evangelio de Mateo, capítulo 6, versículos 19 a 21.

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